Elsa Oesterheld, la mujer a la que la dictadura no pudo vencer

A pocos días de su triste partida, compartimos con ustedes una nota publicada en “Palabras Mayores” a modo de homenaje a esta gran mujer

POR GABRIELA CHAMORRO.

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HISTORIA DE UNA ABUELA POCO COMÚN

Su mirada podría ser la de cualquier otra abuela babosa por sus nietos, jubilada de docente quizás, o de ama de casa, con esa sonrisa que sólo quienes han sabido vivir su vida con entusiasmo regalan así, generosamente.

Sus manos chiquitas con arrugas y manchas podrían estar cansadas de tejer gorritos y pecheras o sus brazos tonificados de acarrear bebés al son de una canción de cuna pero no es su caso. A Elsa una época trágica como pocas le quitó esa posibilidad y a dos de sus nietos les arrebató el consuelo de su abrazo.

La historia de Elsa Oesterheld se hizo conocida cuando ella ya había atravesado sola el peor calvario Su marido, Héctor Germán Oesterheld fue secuestrado en el año 1977 cuando tenía 58 años. Pero la dictadura no le arrancaría solo a su compañero.

Se llevó también a sus cuatro hijas. A todas. Dos de ellas embarazadas.

Y también se llevó a los maridos de dos de ellas. Nunca volvieron:desaparecieron.

En menos de un año quedó presa de un vacío enorme. «Yo fui mutilada. Son nueve personas que a mí me faltan, me las sacaron de la noche a la mañana», diría más tarde. Su consuelo fue la existencia de dos de sus nietos, Fernando y Martín, que zafaron de las garras de los «milicos».

Ellos le dieron una razón para vivir: había que criarlos.

… Pero no todo fue oscuridad en su vida. Hubo algunos tiempos felices

SU GRAN AMOR, EL SEÑOR «SÓCRATES»

Héctor Oesterheld la sedujo desde el primer momento con sus palabras.

«Lo conocí en un club de barrio.

Yo tenía 17 y él 24. Mis amigas me preguntaban por qué me había ido a enamorar justo del más feo. Es verdad, no era lindo. Pero cuando hablaba, era obvio que tenías enfrente a alguien excepcional», aclara Elsa.

Sus compañeros se lo presentaron como el «Señor Sócrates», ella se quedó con la duda, no sabía si era el apellido o el seudónimo. Durante dos meses no supo su nombre real.

Con el tiempo se enteró que le decían así por su conocimiento por la cultura griega.

Lo recuerda andando por la casa despeinado y siempre desaliñado, escribiendo todo el tiempo ideas y más ideas. «Toda su obra fue una especie de anticipo de la defensa de los derechos humanos en la Argentina», asegura Elsa y explica «eran historias en las que los buenos a veces perdían».

Por ese tiempo él había terminado de cursar la carrera de geología y escribía en libros de divulgación científica para niños, luego cuando se casaron consiguió ser contratado por la editorial Abril y Elsa lo ayudó transcribiendo sus textos: «Odiaba la máquina de escribir, así que hacía todo a mano y yo después se lo pasaba en limpio», cuenta.

Cuando le dijo que iba a escribir historietas Elsa se enojó y amenazó con divorciarse

Es que Oesterheld creía que se podía hacer mucho con la historieta como metodología educativa, que los chicos podían aprender de otra manera.

Y así dio a luz su gran obra «El Eternauta». Las grandes editoriales se lo disputaban permanentemente. Héctor era la solución porque hacía todo bien; escribía, traducía, hacía guiones excelentes que no había que corregir.

Con la llegada de las chicas su pasión por el trabajo no decayó, al contrario. La casa de Beccar, que también era la editorial, estaba llena de intelectuales, artistas y escritores.

En ella, paseando por el jardín Héctor creaba las tiras de Bull Rockett o El Sargento Kirk y en ese lugar nacieron revistas como Hora Cero y Frontera. Eran habitués dibujantes como Hugo Pratt, Alberto Breccia y Paul Campani y un clásico el paseo que el padre hacía con sus hijos a la Biblioteca Nacional para visitar a Jorge Luis Borges

SUS MUÑECAS

Es imposible imaginar el dolor que supone la pérdida de un hijo.

Posiblemente alguien que lo sufrió en carne propia puede hacerlo. ¿Pero cómo será sentir ese dolor multiplicado por cuatro?

Seguro Elsa preferiría tener en su memoria sólo los momentos hermosos que le recordaban a Estelita, la mayor dibujando y pintando, a Diana, la más socialista escribiendo todo el tiempo, como su padre y a las dos menores a Beatriz y Marina inquietas y alegres corriendo con sus muñecas por el jardín.

Quizás evoque con una sonrisa su primera adolescencia y hasta con orgullo recuerde verlas militar políticamente movidas por su defensa por las causas sociales

Pero el escenario en el país ya a principios de la década del 70 se tornaba cada vez más peligroso «Como Héctor, todas tenían una gran sensibilidad social. Pero fue Dianita la que llevaba el socialismo en la sangre. Se indignaba mucho con la injusticia social y no podía creer que a la gente no le preocupara la pobreza y la desigualdad. Yo creo que ella fue la que convenció a las hermanas de entrar en Montoneros. Y las cuatro a Héctor», recuerda.

Beatriz fue secuestrada el 19 de junio de 1976, tenía 19 años. Era alegre y siempre estaba haciendo cosas. El mismo día de su desaparición habló con su madre en una confitería de Martínez y después fue a la villa La Cava, donde militaba, pero nunca llegó. A Elsa llegó a decirle que dejaría la militancia y se dedicaría a la medicina pero le aclaró:

«Mami, no quiero ser una doctorcita de consultorio. Me voy a instalar en la selva, como el Che, o en los barrios, donde la gente necesite ayuda de verdad.» Un desconocido dijo a la familia que a Beatriz se la habían llevado efectivos del Ejército, pero Elsa recién supo el fin de la historia cuando el 7 de julio fue citada en la comisaría de Virreyes, donde le dijeron que su hija había muerto «en un enfrentamiento». Fue el único cuerpo que le devolvieron de las cuatro.

Diana tenía 23 años y era el calco de Elsa. Tenía un hijo de un año,

Fernando, y cuando desapareció estaba embarazada de cuatro meses.

Ella y su pareja Raúl, asesinado en 1977, militaban en Montoneros, y ambos fueron secuestrados en Tucumán. A Fernando lo abandonaron como «NN», y al tiempo sus abuelos paternos lograron recuperarlo.

Diana fue vista en Campo de Mayo, donde dio a luz. Marina tenía 18 años, estaba embarazada y ella y su pareja también militaban en Montoneros. Era más introvertida, como el padre y fue la última en entrar en la militancia.

Fueron secuestrados el 27 de noviembre de 1977 en San Isidro.

Nunca más se supo de ellos.

Estela era la mayor, con 25 años. Elsa la recuerda como un ser hermoso, con unos ojos increíbles y una presencia imponente. Ella y su pareja, Raúl Mórtola, fueron asesinados el 14 de julio de 1977 por una patota vestida de civil, que después de secuestrar a su hijo de tres años, le presentaron la criatura a Héctor, por entonces detenido-desaparecido en un centro clandestino, hasta que finalmente entregaron el chico a su abuela Elsa.

Elsa explicó estos meses, los peores de su vida. «El drama no me daba margen. Estaba paralizada y sentía que mi vida iba a terminar; o provocaba ese fin o me moría de tristeza. No quería salir de mi casa, me costaba reunirme con gente, pero los que me dieron fuerza fueron mis nietos, y acercarme a Abuelas por consejo de Adolfo Pérez Esquivel.

Para colmo, uno le tenía que sumar a sus problemas lo que le pasaba a los demás: yo viví de cerca la desaparición de Azucena (Villaflor), la de las monjas francesas, el secuestro de amigos cercanos, de compañeros de las nenas…»

LA ABUELA QUE DECIDIÓ NO CALLAR

Podría haberse sentado a rumiar su dolor, podría haberse quedado inmóvil de miedo, desesperada por la responsabilidad de tener que criar dos niños, siendo ya una mujer grande, podría haberse ido del país o vivir resentida los años que siguieron al infierno pero con una fuerzaextraordinaria Elsa sintió que teníaque hablar. Hablar aunque los recuerdos dolieran, aunque lo imaginado lastimara y cada palabra sacudiera su cuerpo como una paliza.

Elsa asegura: «Hay que hablar, no para multiplicar los hechos aberrantes, porque ya no hace falta,se saben. Pero sí para que se sepa que la Argentina tuvo un momento en la historia que fue una vergüenza, y eso no se tiene que olvidar. No para mantener un odio, sino porque esas cosas viene bien mencionarlas históricamente. No como venganza o dolor. Fue un crimen total, pero salimos adelante. Tenemos una juventud ahora que es maravillosa»

LA ESPERANZA EN LOS «HÉROES COLECTIVOS»

Con el nombre de su marido en la lista de desaparecidos de la dictadura militar y la certeza de que sus hijas no volverían Elsa tuvo que soportar las visitas de los grupos de inteligencia: «Cuando los milicos entraron, dos gorilas me agarraron de los brazos. Yo les grité que estaban en la casa de una familia y de una señora, que iban a tener que respetarme. Los tipos quedaron pasmados, y eso que yo ya estaba sola como un perro», se emociona. «Desde aquella vez –resume- he pasado por momentos malos, pero el tiempo me enseñó a qué se refería Héctor cuando hablaba de los Héroes Colectivos.

Los que leen sus historietas, los que mantienen viva la memoria del país, todos ellos en grupo han hecho que yo renazca después de que a los cincuenta años me dejaran vacía. En estos años aprendí que por la patria se vive, no se muere. Morir es fácil. Lo difícil es vivir. Y al final tiene su sentido.

Muchas veces encuentro personas que no saben nada de lo que mepasó y me preguntan cómo hagopara mantenerme tan activa. Yo lesrespondo que el secreto es simplementeése, ‘buena vida’.»

COMO LA CONOCÍ

A veces la vida nos premia con sucesos inesperados. A mí me pasó. Fue con una huellaen el alma. Me la dejó una mujer que pasó por mi vida de casualidad cuandocoincidimos en una reunión social en Mendoza.

Yo conocía-por los diarios- algo de su historia y su nombre pero no había visto suimagen y además ignoraba por completo que ella iba estar allí. Cuando la vi, aún sincruzar una palabra se me antojó la abuela de los cuentos: menuda, liviana, casietérea, se acercó caminando muy despacio siempre escoltada por esos dos chicos,jovencitos, que después supe, eran sus nietos. Al instante me llamó la atención susonrisa, clara, espontánea, transparente.

Esa primera sonrisa que me regaló duró apenas un segundo pero su recuerdo en míestoy segura que me va a acompañar siempre.

Durante el encuentro en Mendoza la vida me regaló otra coincidencia. Nos sentaronen la misma mesa, una al lado de la otra. En un portarretratos guardo con orgullo yamor la foto que nos sacamos juntas muy cerquita fundidas en un abrazo y en mialma ahí guardo algo mucho más valioso, el calor de sus manos, que se entrelazaronmuy fuerte con las mías durante un largo rato tan fuerte que sentí que en ese calorme pasaba el amor que hubiera querido darles a sus propias hijas a Beatriz, a Diana,a Estela y a Marina.

Gracias Elsa por darme ese cariño no merecido y ese afecto desinteresado que solouna mujer de tamaña grandeza puede dar.