
El 24 de febrero de 2011, al cumplirse un nuevo aniversario del primer triunfo electoral de Juan Domingo Perón en 1946, El Ciudadano reunió la opinión de dos dirigentes políticos de Hurlingham, fallecidos hace unos años. Lo presentábamos así: “Dos miradas diferentes pero similares. Dos ex concejales de Hurlingham, uno peronista y otro radical. Fernando Arnedo, que fue presidente del Concejo Deliberante, intendente interino y candidato a intendente kirchnerista en las elecciones de 2007. Víctor Stefanoni, referente radical ineludible en la historia de Hurlingham. Ambos dan su punto de vista sobre aquellas elecciones y aquella Argentina de 1946 en la que empezaba a gobernar Juan Domingo Perón”.
El surgimiento de una nueva Argentina
Por Fernando Arnedo
El 24 de febrero de 1946 Argentina llevaba a cabo una de la las de elecciones generales más intensas de su historia. Resulta indispensable tener presente algunos datos sobre cómo era esa Argentina del ‘46. La televisión no existía, como tampoco las encuestas ni mucho menos los boca de urna. Los hombres comunes se informaban por la radio y los diarios. La telefonía de larga distancia consistía en un engorroso sistema con largas horas de demora, el teléfono un servicio suntuario alejado de las manos populares. Nacimientos y cumpleaños eran saludados vía telegrama, acercando, de esta forma, a parientes y nuevos sobrinos o nietos, a quienes la vida había alejado del común barrio de origen. Automóvil solo tenían los ricos, que por aquél entonces eran muy pocos. Los medios de transporte habituales eran el tren, el tranvía, el trolebús, el colectivo, las rutas más importantes del país contaban con unos pocos kilómetros pavimentados en las inmediaciones de las grandes ciudades, el resto solo era tierra y ripio.
Los ferrocarriles, los tranvías, los trolebuses, las compañías de seguros y los bancos eran ingleses; los teléfonos eran de los americanos y la industria frigorífica se repartía entre los primos anglo-sajones.
Así era la pequeña Argentina de aquel entonces.
Pero en poco tiempo habían pasado muchas cosas: el 4 de Junio de 1943 un grupo de militares nacionalistas habían depuesto a Ramón S. Castillo y en su proclama de origen hablaban de terminar con el fraude político, de terminar con la entrega del patrimonio nacional, de recuperar la dignidad del hombre argentino y de una Unidad Nacional que incluyera a todos, pobres y ricos, católicos y judíos, personajes y «don naides». No era la primera vez que el pueblo escuchaba estos cantos de sirena sin resultados positivos, pero con el correr de los días empezaron a aparecer las realidades, especialmente de la mano de uno de los hombres más comprometidos con el movimiento revolucionario: el Coronel Juan Domingo Perón. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión desarrolló una tarea ciclópea que se tradujo en continuos beneficios para la clase trabajadora; los dirigentes sindicales dejaron de ser personajes sospechados de alborotadores y representantes de ideologías antiargentinas y pasaron a ser representantes de los trabajadores con todos los derechos y responsabilidades que esta condición les imponía. Lentamente el Coronel se transformó en la gran referencia del movimiento obrero argentino, generando desde su discurso algo parecido a lo que hoy le llamaríamos «transversalidad». Nunca se preocupó demasiado en averiguar de dónde venían quienes se le sumaban, solo le preocupaba que coincidieran en el proyecto de Patria.
Como ha ocurrido tantas veces en nuestra historia al ver que sus privilegios se recortaban día a día, el poder económico concentrado comenzó a conspirar contra el gobierno. Algunas decisiones del Coronel como «El Estatuto del peón» y la instalación del aguinaldo para todos los trabajadores colmaron la paciencia de los poderosos. Como también habitualmente ha ocurrido en nuestra historia, algunos oficiales superiores del Ejército y la Armada (por aquel entonces la Fuera Aérea no existía como arma independiente) fueron ganados por el sector todopoderoso y rápidamente consiguieron destituir al Coronel de sus cargos y confinarlo a la isla Martín García. Pero la historia les deparaba días difíciles. Miles y miles de aquellos hombres que ellos desconsideraron y explotaron por años salieron a la calle, dirigiéndose decididamente a la Plaza de Mayo a exigir la libertad de quien consideraban su líder. A media tarde del 17 de Octubre de 1945 la multitud era tal que a ningún funcionario de seguridad se le ocurrió alguna locura represiva. El Coronel se reencontró con su pueblo desde el balcón de la Casa Rosada. Pero el gobierno estaba herido de muerte. Minutos antes de salir al balcón Perón había pactado su inmediato pase a retiro y el llamado a elecciones generales custodiadas por las fuerzas armadas, única garantía de que no se volviera a las fraudulentas prácticas anteriores. Las elecciones fueron fijadas para el 24/2/46, o sea algo más de 120 días después de los sucesos del 17/10/45. Tarea difícil para quien no tenía un partido político organizado y debía enfrentar en las urnas a la Unión Democrática, unión de los Partidos Radical, Socialista, Comunista, Demócrata Progresista, con la manifiesta colaboración del Partido Conservador y del embajador de los Estados Unidos de América, Spruille Braden, un millonario del cobre que se había volcado a la política. Su intervención fue tan descarada que llegó a encabezar la «Marcha de la Constitución y la Libertad», multitudinaria concentración que reunió a los Partidos ya mencionados, a la Sociedad Rural, a la Cámara de Comercio Argentino–Británica; a la Bolsa de Comercio y a intelectuales vinculados con «La Nación y «La Prensa». Es decir toda la Argentina bienpensante se encolumnó tras el embajador.
A fin de constituir una estructura política capaz de soportar una campaña presidencial, rápidamente se articuló el Partido Laborista sobre la base de un partido formado por los sindicatos. Lamentablemente, por esas cosas de la política, no pudo unificarse con la UCR- Junta Renovadora, (radicales que apoyaban a Perón). Finamente, y después que el caudillo cordobés Amadeo Sabattini, declinara la oferta, la fórmula se integró con Juan Domingo Perón para la Presidencia y Juan Hortensio Quijano, radical correntino, para la Vicepresidencia. A su vez la Unión Democrática consagró la fórmula José P. Tamborini y Enrique Mosca, dos radicales de cuño alvearista.
La campaña adquirió un vigor inusitado, donde todos los medios fueron considerados útiles a la victoria electoral. Entre ellos merece mencionarse la publicación del libro Azul, un libelo elaborado por la Secretaría de Estado de los Estados Unidos, a instancias de Braden, en el que se acusaba al Gobierno de Edelmiro Farrell y particularmente a Perón de complicidad con nazis y fascistas y de detentar ideologías antidemocráticas. Perón, enterado con escasa horas de anterioridad de la presentación, acusó al embajador de «injerencia inadmisible en cuestiones propias de la Argentina» y acuñó la frase más contundente de la campaña: «¿Braden o Perón?»
Interminables viajes en tren con discursos en todas las estaciones, el fragor de las luchas internas para acceder a las demás candidaturas, la prensa del régimen que atacaba continuamente. Ante esta realidad el Coronel hizo sus cuentas, si conseguía llegar a todos esos argentinos no considerados hasta 1943, si el subsuelo de la Patria lo acompañaba, de nada valdría la estructura de los grandes partidos tradicionales, ni la presión internacional, ni los titulares catastróficos de la prensa del régimen. Él sería el próximo Presidente. En Europa había advertido la utilización de la radio como medio masivo de propaganda política, cosa que por estas latitudes era desconocida. Era la forma más fácil de llegar a todos. No dudó un instante y la adoptó como la herramienta básica de su campaña.
Solo había dos fórmulas: Perón-Quijano y Tamborini-Mosca, una situación política extremadamente polarizada había contribuido a una opción simple y clara: el Peronismo o la Unión Democrática
Así se llegó al 24 de febrero, día de elecciones que ambos frentes calificaron de ejemplares.
Los tiempos de escrutinio no eran los de hoy y el gobierno, ante lo disputado del comicios, fue más que prudente en el manejo de los datos provisorios, pero los cómputos empezaron a trascender y se transformaron en verdaderos baldazos de agua fría para la Unión Democrática.
Finalmente ya entrado el mes de abril la Junta Electoral Nacional se expidió oficialmente:
Perón-Quijano,1.527.231 votos con el 54,4 %.
Tamborini-Mosca,1.280.403 votos con el 45,6 %
En la Sociedad Rural, el Jockey Club y el Círculo de Armas, abundaban las caras de sorpresa y preocupación, en poco tiempo esas caras se transformarían en espíritus sedientos de revancha. Era, para ellos, inadmisible que la Argentina fuera gobernada por gente que no pertenecía a su círculo y que además solo defendía los intereses populares. No imaginaban hasta que punto la defensa de esos intereses populares se profundizaría en los seis años siguientes. Una nueva Argentina emergía desde las profundidades de la Patria.
Dijo Perón en ocasión de proclamarse su candidatura el 12 de Febrero de 1946:
«En el nuevo mundo que surge en el horizonte no debe ser posible el estado de necesidad que agobia todavía a muchísimos trabajadores en medio de un estado de abundancia general. Debe impedirse que el trabajador llegue al estado de necesidad, porque sepan bien los que no quieren saber o fingen no saberlo, que el estado de necesidad está al borde del estado de peligrosidad, porque nada hace saltar tan fácilmente los diques de la paciencia y de la resignación como el convencimiento de que la injusticia es tolerada por los poderes del Estado, porque, precisamente ellos son los que tienen la obligación de evitar que se produzcan las injusticias.
Un deber nacional de primer orden exige que la organización política, la organización económica y la organización social, hasta ahora en manos de la clase capitalista, se transformen en organizaciones al servicio del pueblo. El pueblo del 25 de Mayo quería saber de qué se trataba; pero el pueblo del 24 de Febrero quiere tratar todo lo que el pueblo debe saber.»
Cualquier similitud con discursos, hoy habituales, dichos sin leer y a pura convicción y talento, es mera coincidencia.
Argentina era la novena flota mundial
Por VICTOR ANGEL STEFANONI
Soy radical…Después de muchos años disfrazado de gorila encerrado en una jaula de intolerancia, comiendo maníes y sapos en abundancia, creo poder visualizar el significado de aquella elección, que ganó Juan Domingo Perón, en aquellos pesados días de febrero de 1946.
Este hecho histórico, con notables afinidades y complementación con aquella otra elección de 1916, cuando triunfó Hipólito Yrigoyen, no puede considerárselo aisladamente.
Estimo que forma parte de una secuencia histórica que viene de los orígenes de nuestro país, desde los tiempos de la Colonia, desde mediados del Siglo XVI.
Para cerrar la campaña el martes 12 de febrero de 1946, a las ocho de la noche, se reúne el pueblo peronista en la Plaza de la República, frente a unos balcones de una casa de Cerrito al 300, entre Sarmiento y casi esquina Corrientes. Allí existía una sede partidaria peronista.
Yo, que era muy chico, era del barrio. Nací y vivía en Arenales 1149, entre Cerrito y Libertad y mi tío don Carlos Seghesso, a la sazón funcionario del Banco Germánico de la América del Sud y de filiación peronista, me agarró de la mano y, previa parada en la riquísima heladería Aga Taura, de Arenales y Cerrito, rumbeamos hacia la Plaza de la República.
Allá, era un mar de gente…Era, en vivo, como el mar de gente que había visto, en fotos del día del entierro de Yrigoyen. Faltaba el ataúd del viejo navegando por sobre la multitud… El pueblo era el mismo…
Hablan Atilio Bramuglia, futuro canciller, Luis F. Gay y Hortensio Quijano, radical renovador y ex Gobernador de Corrientes, candidato a Vicepresidente de la República. Finalmente, el Coronel Perón cierra la jornada. Comienza hablando desde el balcón y, luego, lo hace en el local.
Crónicas de la época permiten transcribir algunos conceptos de aquel discurso de Perón: «…lo que en el fondo del drama argentino se debate es un simple partido de campeonato entre la justicia y la injusticia social… síguenos, tu causa es nuestra causa; nuestro objetivo se confunde con tu propia aspiración: sólo queremos que nuestra patria sea socialmente justa y políticamente soberana». (Cualquier similitud con los «desposeídos» por cuyas reivindicaciones luchaba Hipólito Yrigoyen…no es casual).
«…Sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que entregan su voto al Sr. Braden (en esos momentos Embajador de los EE.UU en la Argentina)…».
«…denuncio al pueblo de mi Patria que el señor Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de la Unión Democrática…».
«…la disyuntiva, en esta hora trascendental, es esta: o Braden o Perón. Por eso, glosando la inmortal frase de Roque Sáenz Peña, digo «Sepa el pueblo votar…».
El 24 de febrero de 1946 se realizó un comicio ejemplar, custodiado por las Fuerzas Armadas y fiscalizado por los diferentes partidos políticos participantes: Unión Democrática (Tamborini-Mosca) integrada por la UCR, el Partido Socialista, Unidad y Resistencia (Partido Comunista y Partido Demócrata Progresista) y Partido Laborista-UCR. Junta Renovadora), (Perón-Quijano).
A mediados de marzo el lento escrutinio comenzaba a darle el triunfo a la fórmula Perón-Quijano. Ahí es cuando el Presidente de la UCR de la Capital Federal, Eduardo Laurencena, pronuncia la siguiente frase, que, lapidariamente, califica la catadura de esos «radicales, antipersonalistas», inspiradores y protagonistas junto, a los socialistas independientes y a los militares golpistas, de la asonada llamada Revolución del 6 de setiembre de 1930, que, con la caída del Presidente Yrigoyen, inicia la desgraciada Primera Década Infame, vigente hasta la revolución del 4 de junio de 1943.
Dijo Laurencena: «…no estamos perdidos, hay que esperar el asfalto».
No se podía esperar otra cosa de estos señores, disfrazados de radicales, que esperaban los votos del «asfalto», porque reconocían que estaban a años luz de los «desposeídos» y de los «descamisados», que vivían en el barro.
Finalmente, el 6 de abril de 1946, la Justicia Electoral da a conocer el escrutinio definitivo y el triunfo de Perón-Quijano, con 1.527.231 votos.
Comentando la elección, el historiador norteamericano Hubert Herring, dijo: «Argentina está fuera de nuestro alcance. No va a tolerar que le elijamos su Presidente».
CAMBIOS ESTRUCTURALES
Al margen de las orientaciones políticas, debemos señalar que, en la enseñanza media, su población aumentó de 143.000 alumnos en 1940 a 446.000 alumnos en 1955. Y la universitaria creció de 47.387 estudiantes en 1940 a 138.628 en1955, a la caída de Perón.
De esta manera, Perón honró el legado de la Reforma Universitaria de 1918, del radicalismo yrigoyenista, que propició el ingreso de las clases media y trabajadora a la enseñanza superior.
Los ferrocarriles británicos y franceses pasan a manos del Estado argentino el 1º de marzo de 1948, posteriormente pasan también los activos externos o compañías subsidiarias y colaterales de los ferrocarriles: transporte automotor, puertos, depósitos frigoríficos, mercados, hoteles, terrenos los que, sólo la capital y el Gran Buenos Aires sumaban 3 millones de metros cuadrados.
Resumiendo: hasta 1946, la República Argentina carecía de patrimonio propio. Todo en manos extranjeras. Perón estatizó todo. Es que el mundo de posguerra acumulaba desafíos materiales muy importantes y, paralelamente, era urgente atender adecuadamente el conflicto social.
Perón atendió y resolvió esa problemática y, entonces, aquel coronel simpatizante del fascismo, pero con una praxis coincidente con las potencias occidentales contrarias al comunismo, uno de los triunfadores bélicos más importante, se convirtió en un mal necesario para aquellas potencias. Por supuesto, los ganadores bélicos perdonaron sus exabruptos. Los que no comprendieron nada fueron los campeones antifascistas de la Unión Democrática.
Profundos cambios económicos, sociales y políticos se produjeron con aquella ola de estatizaciones, los saldos favorables del comercio exterior, la política neutralista de la Argentina en la recientemente finalizada Segunda Guerra Mundial, y el renacimiento espectacular de la economía argentina con su «granero del mundo» y con la puesta en marcha de la industrialización mediana con todos los resortes del Estado Nacional utilizados en esa gesta liberadora: bajísima presión impositiva, importación de insumos industriales, sólo permitido a los fabricantes y no a los importadores intermediarios, sin recargos ni aranceles algunos, creación del Banco de Crédito Industrial Argentino, instalado en el edificio del otrora Banco Germánico de la América del Sud, incautado por ser propiedad «enemiga». (No olvidemos que la Argentina le declaró la guerra al Eje ya resuelto el triunfo de los Aliados).
Este Banco de Crédito Industrial, desarrolló una espectacular política crediticia apoyando a empresas argentinas de cualquier dimensión. El crecimiento industrial argentino, sobretodo en la Capital, el Gran Buenos Aires, Rosario y Córdoba fue de una dimensión incontrolable. Los argentinos del interior se trasladaban, masivamente, a los centros fabriles para ocupar puestos en el boom productivo industrial que se vivía. Cualquier similitud con la política económica actual es pura casualidad.
Las guerras, los cataclismos, los descubrimientos, los grandes cambios políticos y económicos del mundo, necesariamente producen movimientos migratorios internos e internacionales.
Consecuentemente con la puesta en marcha de la Argentina, luego de la Segunda Guerra Mundial, se estableció una de las corrientes migratorias más importante de la historia contemporánea. Las condiciones estaban dadas: pasajes marítimos gratuitos, tierras y espacios extraordinarios, trabajo, créditos, alimentos, educación, familiares ya establecidos en corrientes anteriores, fueron las principales razones de este fenómeno.
La Europa de posguerra, empobrecida y en un proceso duro de reconstrucción, agradecida por la apertura argentina, puso también lo suyo. Constituyó el C.I.M.E. (Comité Intergubernamental de Migraciones Europeas) para organizar los traslados.
Organizó la confección de listas de inmigrantes, su traslado a los puertos europeos de embarque (Génova, Nápoles, Barcelona, Lisboa) distribución de pasajes marítimos gratuitos, nombramiento de comisarios y médicos que se embarcarían para atender a los inmigrantes de las distintas nacionalidades, etc.
La Argentina, por su parte, puso a disposición excelentes barcos de su novel flota estatal: Flota Argentina de Navegación de Ultramar(FANU), ex Cía. Argentina de Navegación S.A. (Dodero), para el traslado de inmigrantes europeos a Río de Janeiro, Santos, Montevideo y Buenos Aires. El traslado abarcó, aproximadamente, desde el año 1951 a 1956 inclusive.
Carezco de datos ciertos sobre el traslado de pasajeros inmigrantes en barcos de la otra flota estatal: Flota Mercante del Estado.
En esos 6 años, 8 barcos de la FANU trasladaron, a los puertos sudamericanos mencionados, aproximadamente, 40.000 inmigrantes. El 75% al Puerto de Buenos Aires. A razón de 5 viajes por año.
Un viaje cada dos meses y dos meses para mantenimiento, en astilleros argentinos o en astilleros europeos. El astillero genovés de Sestri Ponente (Génova) era el más utilizado por los barcos argentinos. Tenía modernas instalaciones que realizaban el recorrido del casco de los barcos (incluía reparación y pintura completa de los cascos) en 15 días corridos.
Los barcos argentinos utilizados, fueron: Córdoba, Buenos Aires, Entre Ríos, Mendoza, Santa Fé, Tucumán (con una capacidad para 800 pasajeros cada barco) y Corrientes y Salta (con 1500 cada uno).
También algunas naves italianas trasladaban inmigrantes: Andrea C. Enrico, Julio Césare y el Juan de Garay de la Cía. Transoceánica SRL con bandera argentina y una capacidad de mil pasajeros.
Hoy día quedan muy pocos recuerdos de estos destacados capítulos de la Argentina protagonista de episodios de profunda solidaridad humana y geopolítica.
Tampoco quedan vestigios algunos de aquellas flamantes Flotas Marítimas Argentinas creadas entre 1946 y 1951. Fueron 1.500.000 toneladas de Registro Bruto (gross tonnage), con una antigüedad excelente: cinco años de vida promedio. Era la novena flota mundial.
En la Segunda Década Infame Argentina se desguasaron los últimos barcos de la otrora flota marítima de bandera Argentina. Los turcos no dejaron ni un bote de goma a flote…
También, en ese aciago período, fueron entregados, nuevamente al extranjero, resortes fundamentales de nuestra soberanía política e independencia económica, testigos irrefutables de la sabiduría del Pueblo Argentino, en aquel histórico 24 de febrero de 1946.