
Por MARA ESPASANDE*
“La libertad no es negociable”, estas palabras pertenecientes al patriota cubano y latinoamericano José Martí, seguramente resonarían en los oídos de Fidel Castro estando preso por su participación en la insurrección del 26 de julio de 1953. Aislado y sin defensa alguna, decide realizar su alegato ante el tribunal, para expresar su verdad sobre los hechos, sabiendo de antemano que sería injustamente condenado: “…sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa. La historia me absolverá”, son sus palabras finales.
Aquel día, un grupo de jóvenes liderados por Fidel Castro, Raúl Castro y Abel Santamaría se insurreccionan en contra del gobierno del dictador Fulgencio Batista en Santiago de Cuba. Entre los operativos planificados, se encuentran la toma del Hospital Civil, del Palacio de Justicia y los más arriesgados, la toma del cuartel Moncada y el cuartel de Céspedes (Bayamo). En total eran 135 revolucionarios, de los cuales sólo 6 mueren en combate y más de 55 asesinados en los días siguientes. El mismo Fidel denuncia, “…no se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros”.
Desde marzo de 1952 Batista detentaba el poder con el apoyo de los Estados Unidos. La Isla era de hecho, una semicolonia norteamericana, vulgarmente conocida como “el prostíbulo” de los yanquis. En 1898 Cuba había dejado de ser colonia española para quedar bajo la órbita del imperialismo norteamericano. En aquel entonces, la dependencia se institucionaliza incorporando en la Constitución Cubana una enmienda –llamada enmienda “Platt”- que establece: “el Gobierno de Cuba consciente que los Estados Unidos pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual… ”. José Martí ya había advertido sobre el peligro de continuar siendo colonia, cambiando de amos en vez de construir un destino independiente. Pero Cuba no había logrado resolver la cuestión nacional, las estructuras culturales, educativas, políticas y económicas del país, habían sido puestas al servicio de los intereses foráneos, denigrando la dignidad de su pueblo.
Por esto, cuando Fidel asume su autodefensa, comienza afirmando que el autor intelectual de la insurrección del 26 de julio es Martí. Se presenta como continuador del Apóstol de la libertad y denuncia la opresión de la que es víctima el pueblo cubano. En su testimonio, Fidel deja en evidencia la penosa situación de los campesinos, de los trabajadores de la zafra, de lo pequeños propietarios rurales, también el desempleo y la pobreza en la que viven los obreros industriales, y la falta de salud, educación y vivienda digna. Las causas del levantamiento se expresan en estas palabras, en las cuales Fidel sintetiza las penurias que vivían sus compatriotas.
A pesar de haber sido derrotado, el movimiento del 26 de julio es el puntapié de la lucha por la segunda independencia cubana. En 1955 el gobierno realiza una amnistía y sus líderes se van a México, desde donde reorganizan al movimiento revolucionario. Cumpliendo aquel presagio de Martí “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo…” -citado por Fidel en aquel histórico juicio-, los jóvenes regresan a la Isla en 1956, logrando el triunfo de la Revolución el 1 de diciembre de 1959 y abriendo un nuevo capítulo en la historia por la lucha de la liberación de los pueblos latinoamericanos.
*Mara Espasande es historiadora.