
Por Gustavo M. Russo.
Cuantas veces en la vida de nuestra nación, estaremos obligados como argentinos, a mantener en vilo nuestro momento de pasar al frente, de conseguir lo deseado. Y ese momento, para concretar sueños, parece no llegar nunca.
Desde 1930, la historia argentina, fue atravesada por múltiples golpes de Estado que insistieron en retrasar su salida. Luego de cada uno de esos golpes, donde hubo mucha injustificada violencia institucional, quedaron los escombros, los deshechos, de aquellos que lo destruyeron todo y nada les importó. Con la presidencia de Raúl Alfonsín, recién en 1983, se dio un término a esas interrupciones y se fijó el camino democrático para que nuestra patria comenzara a despegar. La libertad de expresión comenzó a ser agenda política. Pero es hasta nuestros días, que el pueblo, todavía se mantiene con una esperanza dubitativa, de poder ver de una vez por todas, ese salir del espanto, en que nos han encerrado los dueños de la historia oficial, parafraseando al escritor, Arturo Jauretche.
Digo los dueños de la historia oficial porque fueron ellos, la elite cultural dominante de época con sus artimañas y su pedagogía colonial, quienes siempre osaron detentar el poder y vincularlo a sus caprichos de privilegios. Fueron los ricos oligarcas, los terratenientes hacendados, patricios de origen, cipayos de esencia, los que hicieron todo posible para esmerilar gobiernos populares de tradición nacional, sin que les importe excluir personas, o incluso, hacerlas desaparecer.
Los argentinos, venimos de años, padeciendo los ultrajes al pudor de estos sectores privilegiados. Sus gestos obscenos para generar más deuda y hambruna en la población, se encaminan a instalarse como únicas metas de su plataforma política. Y lo peor, es que aún, esa nueva manera de hacer política cuenta con la anuencia de millones de personas fastidiadas por la política auténtica. En la cual, solo ven lo malo que les vaticinan los medios de posicionamiento hegemónico, como es el demencial grupo Clarín.
Creo, que de no existir una verdadera libertad de expresión, no puede haber ninguna forma de gobernabilidad democrática. Y sin gobernabilidad no hay país. Y sin país, no hay Estado que pueda amparar a los más vulnerables.
Para que una democracia sea genuina y contribuya al bien común, debe ser con el aporte de una clara información por parte de la pluralidad de los medios de comunicación en general. La información veraz debe considerársela como un derecho, tal como lo declara la constitución de la provincia de Buenos Aires. Y si hay información veraz, hay accesibilidad, como una ampliación en los derechos de las personas.
No es un tema de objetividad sobre subjetividad, es un tema de profesionalidad. Es necesario, que la prensa cumpla con los manuales de estilos que la regulan profesionalmente. Reglas que la academia misma ha creado y por ende deben ejercitarse. La libertad de expresión requiere de la democracia y viceversa. Ninguna debe estar sin la otra.
En todo el sur de América tenemos esta situación complicada, donde los medios más poderosos continúan poniendo a su conveniencia, el sistema de participación en la información que parte hacia la comunidad. Lo que crea un notable condicionamiento democrático para el desarrollo económico, social y cultural de la región. Anulando cada vez más el derecho de libre determinación de cada nación. Regulando a su agrado, la libre disposición de aquellos países que poseen recursos y riquezas naturales, como es el caso de la República Argentina, entre otras. Nadie puede privar a los pueblos de los propios medios para su subsistencia. Sin embargo, el poder corporativo alineado con los medios de comunicación, logra eludir la ley y para quedar a salvo con sus ganancias, irrita a la población con mentiras, que se conforman a través de los grupos de enfoques que ellos mismos arman dentro de sus propias consultoras de opinión. Quitando de pleno, todo derecho de accesibilidad sobre las personas.
Por más que se persista en legislar nuevas leyes, que renueven el plexo normativo actual, nunca harán pie, si la voluntad política se encuentra restringida, alterada o maniatada por este poder fáctico. Si un gobierno no puede dar a conocer legítimamente sus actos, para ser tratados libremente dentro de la opinión pública y de la arena política, nunca podrá gobernar en cuanto a las ideas por las que fue elegido. Siempre encontrará escollos, lo que lo alejará paso a paso del camino de la democracia participativa.
Son tiempos difíciles, hay mucha gente con hambre, sin empleo, con una inflación que todavía no encuentra un amesetamiento. Pero sin que sirva de impedimento surgen algunos índices alentadores en cuanto al crecimiento en obras públicas y a los acuerdos de créditos firmados. Aunque pareciese, que la ciudadanía anestesiada, no se entera de lo que puede resultarle útil. Siempre prospera la noticia escandalosa, la mala. Entonces es ahí cuando señalo; que una democracia asistida únicamente con la libertad de expresión de un solo actor poderoso, no puede ser considerada como tal. La democracia debe ser complementada por la diversidad de opiniones, guste o no. Jamás por una sola de ellas, que unifique foráneos intereses y los convierta como verdad revelada para toda la población.
Debemos ser precavidos en lo político. No se puede seguir perdiendo el tiempo en negociar con los sectores que todo lo consiguen de igual manera- con democracia o sin democracia- que poseen un aparato judicial a tono, que instalan sus preocupaciones con la violencia de sus mendaces esbirros y artículos de tapa.
Mientras la democracia, no se ocupe de extirpar este cáncer político, la metástasis, más temprano que tarde, alcanzará lamentablemente el estancamiento absoluto de todo nuestro pueblo, que desde lo más profundo, sigue en pleno siglo XXI, esperando nacer.