Milonga pa’ Martiniano

 
Las notas de Oscar Sbarra Mitre publicadas en El Ciudadano, para su sección “Haciendo el Verso” en 1996. Milonga pa’ Martiniano apareció en la edición del 8/11/1996
 
¡Hola! ¿Cómo anda? ¿Bien, en estos días donde, aunque tímidamente, apunta la presencia primaveral definitiva? ¡Me alegro! Entonces, ¿Qué le parece si hablamos de cosas lindas? La amistad, por ejemplo. ¿Existirá algo más profundamente humano que la amistad? Creo que no, habida cuenta de aquella acertada definición del amor como “la amistad con acompañamiento musical”. Pero, aforismos aparte, quiero contarle hoy que me atrae hacer versos para los amigos. Es que me siento orgulloso de ellos, de tenerlos como amigos -entre los cuales, naturalmente, ya lo cuento a usted-, de que sean tantos y tan buenos. Y hoy, como hablamos ya de la primavera, y eso trae, inevitablemente, el recuerdo del arte, de la belleza, de las flores y del canto de los pájaros, quiero referirme a los artistas. A esos seres encargados de hacernos acordar que la belleza existe y que es un don de Dios al alcance de todos nosotros, en la medida que -como sucede con los dones divinos- seamos capaces de poner en evidencia esa chispa que el Creador colocó en cada uno de nosotros, y reconocer la belleza cotidiana que enmarca nuestra vida. Y bien, usted sabe que los argentinos tenemos, como todos los pueblos del mundo, nuestra idiosincracia, nuestra identidad, que nos hace no mejores ni peores que ninguna otra sociedad nacional, pero sí distintos y, por lo tanto, insustituibles e irrepetibles. Y esta personalidad comunitaria -también como acaece con cualquier otro pueblo- se exterioriza en nuestra cultura. El tango, por ejemplo, nos identifica en el mundo, tanto como la música folklórica, nuestros grandes escritores o nuestros maestros plásticos o, por qué no decirlo, también nuestros deportistas, habida cuenta de que ellos son, sin ninguna duda, parte de nuestro acervo cultural. Y estas manifestaciones, como, verbigracia, el tango, suelen desbordar su lugar de origen y argentinizarse ante el mundo. Nadie identifica a quien silba una melodía tanguera en cualquier latitud, exclusivamente como porteño, sino que lo hace argentino, con toda certeza. Lo mismo pasa con otras formas igualmente difundidas. entre las artes plásticas cabe mencionar una que se amalgama definitivamente con lo nacional como es el filete. Misteriosos arabescos que desgranan leyendas típicas en costados y paragolpes de camiones, carros y colectivos, o el enmarque del eterno Gardel en el interior de estos últimos o en los plácidos habitáculos de las peluquerías de antaño (no del coiffeur anodino y extranjerizante de estos tiempos globalizados) enfrentando a los majestuosos sillones rotatorios, dicen a las claras que se está en Buenos Aires. “No lo mire con asombro, que Juan lo ganó con el hombro”, luce una chatita pituca, “Que Dios te dé el doble de lo que me deseas”, aconseja un paragolpes imponente; “Feliz Adan, que no tuvo suegra”, reflexiona el costado de un carro tirado por un noble percherón. Y así, casi hasta el infinito, se reproducen las frases de los múltiples viejos Vizcacha que pueblan la ciudad portuaria, tan anónimos como conocidos son quienes pintan, entornados por las volutas etéreas del filete, tales sentencias, León Untroib, Carlos Carboni, Andrés Vogliotti, los hermanos Brunetti y los también frates Bernasconi, Luis Zorz, el joven y renovador Jorge Muscia y el maestro -nunca mejor aplicado este apelativo- Martiniano Arce. Los dos últimos enormes amigos, y mejores seres humanos, que me honran con su amistad. Por eso, en alguna oportunidad, escribí esta Milonga pa’ Martiniano, como tributo de admiración a mi amigo y admirable artista que lucha desde hace décadas por el arte de los argentinos, con su humildad y su gigantesco bagaje de inspiración. Fue en ocasión de una exposición de Martiniano en La Plata, a la que, por compromisos ineludibles, no pude asistir. Le envié entonces, estas modestas estrofas, intentando acreditar la presencia de ese lazo espiritual y eterno que une a los seres humanos.
 
Buenos Aires se dibuja
en la curva de un filete;
un mágico firulete
trazado por mano bruja;
es la memoria que puja
con un presente de amor,
es el pájaro y la flor
cargada con su belleza,
es misteriosa destreza
de luminoso hacedor.
 
Es un hombre tan porteño
como las aguas del Plata;
cuando su corazón desata
las amarras de su sueño
vuelca hechizado diseño
en la madera lustrosa,
que vibra como la rosa
abierta a la vida plena,
con brillo de luna llena
y extraña voz quejumbrosa.
 
Su arte tan ancestral
es la vida hecha pintura,
con la soberbia hermosura
de transparente cristal;
un escudo en el portal
del pueblo y su propia historia;
es la senda de victoria
que llegará al porvenir,
transitando el devenir
del pasado hacia la gloria.
 
Artista del sentimiento,
flieteador del destino,
solidario como el vino,
abarcador como el viento;
amigo ciento por ciento,
su genio brinda primores,
su tiempo se expresa en flores
que Buenos Aires esparce,
¡es don Martiniano Arce:
todo está dicho, señores!