Indalecio Miras: El pequeño gran pionero de la prensa local

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Ciudad que se precie de tal no puede no tener sus propios medios de comunicación. Y así como resulta imprescindible para un pueblo la presencia de maestros, de médicos, de comerciantes, resulta necesario que esté el que relate los pormenores del desarrollo de una ciudad, el lugar reservado para el periodista local.

Hurlingham en ese sentido tuvo y tiene una historia pródiga en materia de medios de comunicación y de hombres de prensa.

Indalecio Miras es uno de los protagonistas esenciales de esa historia del periodismo local.  Fue uno de los pioneros en relatar los hechos y describir las características destacados de una ciudad muy joven, y de visibilizar a sus vecinos.

Recién comenzaba la década del ’40 cuando Miras llegó a Hurlingham. Por aquella época, solo tenían difusión las actividades sociales que se realizaban en el Hurlingham Club, que eran publicadas por The Standard, un periódico en lengua inglesa que se editaba en Buenos Aires desde mediados del siglo XIX y algunas otras cosas que pasaban en Hurlingham era reflejadas en el Wingfoot Clan la revista de Good Year, una publicación corporativa pero que bien puede considerarse como uno de los primeros medios locales, junto con la revista Impulso que se hizo en 1930 y la revista Adelante… que en 1938 creó González del Solar.

En 1941, Luis Casazza fundó el periódico Vida Social y el joven Miras se convirtió en su principal columnista, iniciando una trayectoria de sana vocación por el oficio de periodista.

Indalecio Miras nació el 14 de julio de 1919 en Rawson, una pequeña localidad del partido de Chacabuco, en el norte de la Provincia de Buenos Aires. Su padre llegó a ese pueblo desde Almería, donde consiguió trabajo en el ferrocarril. Ya con el sustento asegurado, su mujer y dos hijos cruzaron el océano desde España y se sumaron a don Miras, la pareja de andaluces tuvo en Rawson otros seis hijos, uno de ellos Indalecio que ya desde muy chico demostró una afición notable por la lectura, incluso su primer trabajo fue en la biblioteca del pueblo.

Indalecio leía con voracidad, a tal punto que su padre comenzó a preocuparse. Le pidió al bibliotecario que no le facilitara tantos libros porqué tenía miedo que le hiciera mal, ya que no hacía otra cosa que leer.

Fue un alumno excelente y quiso seguir estudiando, iniciar una carrera. Pero no fue posible. Don Miras no tenía recursos suficientes para que sus ocho hijos estudiasen. “Soy el único que quiere estudiar” reclamó Indalecio. “O estudian todos o no estudia ninguno” respondió palabras más, palabras menos su padre andaluz.

El veinteañero Indalecio debió cumplir el Servicio Militar en Campo de Mayo y eso lo hizo decidir radicarse en la zona. Así llegó a Hurlingham.  A los pocos meses ya estaba “empapado” de lo que ocurría en un pueblo que por ese entonces apenas contaba con poco más de 10 mil habitantes.

Se convirtió en el redactor de Vida Social y casi especialista de todo lo que ocurría en el vecindario.

Poco tiempo después se hizo amigo de otro joven recién llegado a Hurlingham, Isaac Pluda que junto a su hermano Pablo, instalaron una imprenta sobre la calle Sargento Gómez, en las 8 Esquinas, lugar clave de la ciudad durante décadas.

Indalecio e Isaac fueron casi una sola persona. Lo separaban apenas unos años. Isaac Pluda tenía 24 años y Miras 21 cuando se conocieron.  Vivieron juntos, compartiendo bulín de solteros, y juntos tuvieron la idea de fundar un nuevo periódico. Así nació el 10 de abril de 1947, El Progreso. Bajo la dirección de Pluda y Miras como administrador. En uno de los editoriales de esa primera edición, Miras escribió: “Serán estas, las hojas del pueblo y para el pueblo. No podremos jactarnos como dijo el gran crítico y dramático francés Anatole France ‘de presentar una hoja informativa de lujosa presentación y elegante formato’ pero eso si, de saber que lanzamos a ese juez severo e insobornable que se llama la calle, ocho páginas de contenido singularmente grato, veraz, culto y limpio. Por todo esto, y al hacernos hijos del periodismo, lo hacemos con la sana intención de ofrecer al pueblo de Hurlingham una columna defensora inconmovible de sus más elementales y legítimos derechos”.

Desde las páginas de El Progreso, Indalecio escribió por décadas sobre Hurlingham y su gente. Su columna ¿Quién es quién? en la que presentaba a los vecinos más caracterizados fue una sección indispensable en el periódico. Posta que cuando Miras murió siguió el periodista Héctor Benítez.

Poco tiempo después de haber comenzado a salir El El Progreso, Indalecio comenzó a trabajar en Goodyear, como varios centenares de vecinos lo hicieron por esos años. Goodyear se había instalado en Hurlingham en 1931, su planta fue una de las primeras fuera de los Estados Unidos, y la primera de Goodyear en toda América Latina. Indalecio, además de colaborar con la newsletter de la empresa, la ya mencionada Wingfoot Clan, trabajo en el comedor de la fábrica, del que fue encargado. También hizo las veces de secretario del célebre Delfor Díaz que era el médico de Goodyear. No quedó lugar ni rincón de esa planta por el que Miras no haya dejado un buen recuerdo a lo largo de sus 30 años en la fábrica.

En los años 50 Indalecio Miras se convirtió en Corresponsal en Hurlingham del diario La Nación. Un cargo impensado por estos tiempos, pero justificado para una época donde las comunicaciones tenían limitaciones extremas. El teléfono era un artefacto de lujo que solo un puñado de vecinos tenían en Hurlingham, y aquellos que lo pedían tenían que esperar lustros y hasta décadas para que se lo instalaran.

Indalecio distribuía con inocultable orgullo su tarjeta personal con el cargo que lo distinguía sobre cualquier otro periodista de la región.

Pero más allá de la suma de trabajos en Goodyear, el El Progreso y en La Nación, Indalecio también se hizo tiempo para algunos hobbys, por ejemplo tocar la batería y el trombón.

Por sus cualidades como músico Miras fue frecuentemente requerido por orquestas típicas de tango o de jazz. Así fue como lo convocaron a tocar en una orquesta que se presentó en un baile de carnaval en San Antonio de Areco. Isaac Pluda no quiso perderse la presentación de su amigo en un club tradicional que se llamaba (y se llama) Progreso, como el periódico que habían fundado poco tiempo atrás.

En ese baile, el sonido del trombón de Indalecio retumbó fuerte en el corazón de Angela Rizzo. Poco tiempo después fueron marido y mujer, y Ángela se mudó a Hurlingham. Vivieron mucho tiempo en una casa cerca donde hoy está el cuartel de Bomberos, sobre la calle Amoroso. Coincidentemente Isaac se casó con Olga, y ambas parejas tuvieron hijos el mismo año. Los Pluda tuvieron a Oscar y los Miras a Mary, que fue su única hija.

Miras sumó trabajos para afrontar su nuevo hogar. Daba clases particulares de estenografía y caligrafía (dos disciplinas que junto a la dactilografía era imprescindibles para cualquier trabajo administrativo); también ayudaba con tareas contables en Casa Carretto, (el tradicional comercio de Hurlingham dedicado a la construcción) y como si fuera poco se hacía tiempo para participar activamente en la Comisión Pro Autonomía de Hurlingham, en  la Cooperadora del Hospital junto a Claudina Azevedo, y en el Club Defensores colaborando con la presidencia de Hilario Bertuzzi, entre otras entidades.

Cuando cumplió 25 años como corresponsal de la Nación, uno de los Bartolomé Mitre lo distinguió con una medalla que el guardó como uno de sus más preciados trofeos.

Miras, era de estatura media y muy muy delgado, vestía siempre muy elegante y se destacaba por sus buenos modales y por su rico vocabulario. Un vocabulario que él volcaba escribiendo obras de teatro, muchas veces interpretadas por el elenco local que encabezaba Juan Carlos Recagno.

Indalecio Miras murió el 7 de octubre de 1994.  Tenía 75 años. Era joven. En realidad siempre fue joven. Cuando en 1947 hicieron El Progreso con los Pluda, Indalecio eligió una frase de José Ingenieros para la portada: “La juventud termina cuando se apaga el entusiasmo”. La frase caracteriza a Indalecio Miras plenamente. Su entusiasmo nunca se apagó y allí el secreto de su juventud.

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