
Las notas de Oscar Sbarra Mitre, publicadas en El Ciudadano, para su sección “Haciendo el Verso”. Esta nota apareció en la edición del 6 de diciembre de 1996.
¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo anda, amigo? ¿Comenzó bien el último mes del año? El fin del año se aproxima, como el del siglo y el del milenio. ¡Vaya época que nos tocó vivir! Pero cabe pensar que toda época de la historia se ha caracterizado por sus particularidades, bemoles y curiosidades. Cada una ha sido singular e irrepetible, pero, sin embargo, caben comunes denominadores en todas ellas. De todas las que hemos vivido, por ejemplo, guardamos ciertas nostalgias. Es que cuando atravesamos el tiempo (¿y qué otra cosa es la vida?) no salimos indemnes. Más kilos, menos cabellos, más cicatrices, menos ilusiones. Los cambios, tanto físicos como espirituales, moldean nuestra identidad, esculpen nuestra memoria y gastan nuestra existencia. El caudal de experiencia crece y el tiempo que resta disminuye casi con dramaticidad. Pero los recuerdos también nos compensan. Forjamos una misteriosa e inexorable alianza con nuestro entorno. Una suerte de simbiosis mística con nuestros afectos y una fuerte amalgama telúrica con el paisaje urbano que nos vio nacer y vivir. El terruño -el grande de la patria o el más pequeño de la aldea- nos envuelve y expresa ilimitada y definitivamente. No podríamos comprender en totalidad qué somos si hacemos abstracción del origen territorial. Por eso el entrañable amor por el solar paterno (y materno, por supuesto), que, con el tiempo, se va tornando nostalgia, casi imperceptiblemente. La nostalgia, querido amigo, que usted siente por su Hurlingham natal, por ejemplo. Y cuando digo natal no me estoy refiriendo sólo al lugar en que vinimos al mundo, sino, mucho más ampliamente, al que nos vio desenvolver nuestra vida. Los queridos compatriotas de la Patagonia suelen esgrimir, con indisimulado orgullo, una sigla que los identifica como patagónicos sin atenuantes: son los nyc (nacido y criado). Una costumbre común a todos, aunque muchos no tengamos una sigla que sintetice tal sentimiento. Y bien, a mí me abarca y totaliza la ciudad -ahora autónoma de Buenos Aires-. Ser porteño, cuando esta palabra no califica a quienes viven o habitan cerca de cualquier puerto, sino a los que transitan la inefable Buenos Aires. Buenos Aires no fue nunca un puerto sino el puerto. El de todo el antiguo virreynato, el que enfrentó a los hombres del interior -de su hinterland, como dirían los cultores de la geopolítica-, el que dibujó, con ese enfrentamiento, una controversia que fue eje de nuestra historia. Pero, a la vez, una ciudad que es referencia de todos los argentinos. La ciudad del tango y de Gardel, de Borges y Marechal, de Maradona y Leguisamo, de Yrigoyen y Perón, y de tantos otros pares de leyendas que, sin embargo, no han nacido en sus límites, salvo contadas excepciones. Es que en Buenos Aires el protagonismo pertenece a todos -sean nyc o no-, y tal vez por eso su universalidad en la nostalgia. Nosotros también la tenemos, y quien escribe alguna vez lo pergeñó en una milonga que aquí le regala. Escrita hace un lustro, musicalizada, aquí se la dejo. Un regalo afectuoso, para usted, amigo, y para Buenos Aires. Gracias. Chau. El abrazo de siempre.
PORTEÑA Y SIN APURO
Milonga de puro tango,
de la historia y el cemento,
milonga que es monumento
a los que buscan el mango,
milonga de estilo y rango,
milonga del negro cele,
de lágrima que consuele,
de Homero y Discepolín,
milonga que tiene fin
en cada alma que duele.
Milonga mía y porteña
que se parece a mi vieja,
de la alegría y la queja
de aquel que en Palermo sueña,
milonga triste y sureña,
de callecitas de Almagro,
milonga que es un milagro
de amor, de fuerza, de vida,
siempre viva y resurgida
frente a un destino tan magro.
Milonga del Riachuelo,
de Barracas y Pompeya,
de Malena y la Mireya,
de Boedo y todo el cielo,
milonga que fue consuelo
del suburbio sublevado,
dolor de sueño soñado
por los tiempos que se han ido,
milonga de amor perdido
en los tientos del pasado.
Milonga que me acongoja
el corazón en Patricios
entre virtudes y vicios
que habitan la misma foja,
milonga que nunca afloja
en broncas y en entreveros,
en los bailongos cabreros
tallando sin dar cuartel,
milonga para Gardel
que ha de volver por sus fueros.
Milonga desde Lugano
hasta Parque Chacabuco,
que suena, aún, soberano,
de Flores y de Belgrano,
de la luna y el misterio,
esos ojos de Mercedes,
milonga que en las paredes
impone su magistrado.
Milonga de River-Boca
milonga de un solo tramo
del Charro y de Leguisamo,
de la nostalgia que toca,
milonga de suerte loca,
de Borges y Marechal,
de identidad nacional,
de vaivenes y desaires,
milonga de Buenos Aires
para mi bien o mi mal.