
De espaldas al público y frente a los 75 chicos Valeria hizo una mueca graciosa con la cara y luego se llevó los dedos a la comisura de los labios y los estiró en el aire bien a los costados invitando, casi exigiendo una gran sonrisa.
Los chicos respondieron al instante, como si fuera un acto reflejo, regalándole una cara feliz e iluminada. Parecía la respuesta a una orden pero la realidad es que fue totalmente espontáneo, parte de un juego aceitado que a pesar de repetirse una y otra vez al inicio de las distintas piezas del concierto, no pierde jamás la naturalidad ni la frescura.
En el teatro Coliseo Podestá de La Plata, ordenadamente dispuestos uno al lado del otro los chicos miraban prolijamente los atriles con las partituras de Ruse Daly, Francisco Gabilondo Soler, George Bizet y María Elena Walsh. Había seriedad, precisión, entusiasmo y alegría.
La batuta de Valeria no solo llevaba el tempo, indicaba la entrada de los distintos grupos instrumentales y marcaba la dinámica, con ella y con sus gestos Valeria les decía mucho más a sus chicos. Esos giros a veces suaves, a veces rígidos, que se elevaban en espirales por el aire, no solo hablaban de música, hablaban de horas de trabajo, de charlas cómplices de situaciones difíciles sorteadas.
La Orquesta-Escuela de Chascomús, al igual que otras 20 en la Provincia de Buenos Aires, trabaja con chicos en situación de vulnerabilidad. Chicos a los que, con el pretexto de hacer música… y qué música!!! se les hace recuperar la esperanza, creer en sí mismos, salir de la desolación, soñar con un mañana.
La batuta de Valeria es un estandarte, sus clases una prédica que no tiene solo que ver con la maestría en la ejecución de un instrumento sino con una lección de vida más duradera.
Al terminar el espectáculo me sentí felizmente embaucada. Fui a ver un concierto y me encontré con chicos y grandes que creen en el esfuerzo, que sueñan con el progreso, que dignifican su día a día y saben que el futuro, depende de ellos y del placer de ayudarse unos a otros.