
A los 17, con la democracia recién retornada y en la incertidumbre de elegir la carrera que me llevaría a mi futura profesión me debatía entre el profesorado de Historia, Letras o Periodismo.
No recuerdo muy bien cómo fue que me decidí por la última. Sí, que mamá, luego de ejercer tantos años de docencia, me dijo algo así como “De profesora nunca te vas a hacer rica”. Y no es que la meta de mi vida fuera ser multimillonaria pero lo cierto es que sí tenía ese costado burgués de querer asegurarme ciertas comodidades para el mañana. El hecho fue que tras cinco años de carrera y 30 materias aprobadas religiosamente y a tiempo- siempre fui una alumna aburridamente disciplinada y cumplidora- me tomaron juramento en el salón de actos de la Facultad y papá, mamá y mis hermanos me organizaron una reunión para festejar la entrada de una profesional en la familia.
Los pocos talleres prácticos y mucha teoría de la comunicación que me hablaban de ejercer el periodismo con objetividad sumado luego al ejercicio de mi profesión no me habilitan en lo más mínimo para dar ningún tipo de cátedra sobre el rol del periodismo en el siglo XXI. Todos aquellos que no lo tengan claro pueden sumergirse en miles de autores, cursos, cursillos y congresos que hablan sobre el tema y si no tienen tiempo, el decálogo de Tomás Eloy Martínez puede ser una buena síntesis.
Sin embargo en meses como este y en presentes del país donde para estar mínimamente informados tenemos que leer por lo menos cinco diarios, tres portales y ver cuatro canales diferentes para luego cotejar la información teniendo en cuenta la tendencia de cada uno, siento que deberíamos dejar de gastar saliva en pos de una objetividad que es realmente imposible.
Soy subjetiva, somos subjetivos todos los periodistas y la vida misma es una gran subjetividad, consciente de ello me inclino por escribir sobre cosas que me emocionan o tiene que ver con mis afectos.
Pero si de enseñanzas se trata me quedo con la lección, ya no tanto profesional sino de vida del periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski, tan bien definido por Gabriel García Márquez como “maestro” y por la gran mayoría como “El Reportero del Siglo” él sintetizaba que “para ser un buen periodista hay que ser una buena persona”. Y si tan solo espiamos su vida descubrimos que el secreto de su autenticidad reside en algo tan simple y tan difícil como lo que espontáneamente hacía mientras recorría guerras y revoluciones: mirar a su alrededor, mirar a sus semejantes anclando sobre todo en las desigualdades y en las injusticias, con el interés y deber genuino de contar lo visto al mundo entero.