Años perdidos

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Por GABRIELA CHAMORRO

Casi toda mi infancia y mi adolescencia tuvieron como marco la dictadura.
Tengo recuerdos como flashes, de escuchar detonaciones en mi barrio donde había innumerables terrenos baldíos y muchas casitas improvisadas con chapas y maderas apiladas. Recuerdo el taconeo de las botas en la vereda, los gritos, las órdenes, las corridas y una vez, esos pasos en la terraza de mi casa, utilizada para llegar más rápido a alguna otra de la cuadra. Claro que yo era tan chica que no tenía consciencia del motivo de todos esos ruidos extraños, pero que, para el discurrir del espacio en el que vivía era tan natural como el sonido del paso del tren a una cuadra o el silbido del afilador de cuchillos cada tarde.
Todo estaba artificialmente apaciguado por el “no saber”, porque al igual que en la casa de casi todos mis amigos, “de eso no se hablaba”, por lo tanto “nada raro ocurría”. Seguramente fue la decisión de mis viejos de tratar de protegernos del terror real que acechaba en la calle.
En la escuela también era normal tener que estar paraditos, casi sin respirar cuando venía la directora, ponernos un moño azul para cerrar el guardapolvos y que no se vea ni una gota de color asomar fuera del blanco inmaculado. También era habitual escuchar tiros y que nos viniera a buscar alguna mamá de algún amigo para llevarnos a casa porque “los malos habían tiroteado el colegio”. Eso sí había que ser muy aplicados, estudiar mucho, saber de memoria lo que había ocurrido en 1810 y estar orgullosos de que un día el pueblo: “Quiso saber de qué se trata”, esa icónica frase que nos hacían repetir de memoria pero tratando de que no prenda mucho en nuestro espíritu porque la historia que nos contaban era bastante distinta de la real.
Fui engañada todos esos años y recién cuando empecé mis estudios en 1983 en la Facultad de Periodismo de golpe y sin anestesia me enteré de toda la verdad.
Será por eso, que cuando escucho a muchos denostar la educación actual siento tanta bronca y tanta necesidad de defenderla y apoyarla. Me siento tan orgullosa de que los maestros de hoy les digan, desde muy chicos cómo fueron las cosas, que mujeres realmente “patriotas” como las “Abuelas” vayan con todos sus años a cuesta a hablarles, que los veteranos de Malvinas se involucren con los chicos y cuenten las atrocidades que sufrieron, que se sepa cómo exterminaron a nuestros aborígenes, quién fue Colón y que hubo hombres gigantes como Mariano Moreno o como Manuel Dorrego. Veo que mis hijos son más maduros, más conscientes del valor de la libertad y de la democracia de lo que fui yo y sé que esto tiene que ver con una decisión firme de construcción de nuestra identidad a partir de la memoria.
Bienvenidas las clases, las lecciones, los monumentos, documentales, obras de arte, memoriales, fechas en los calendarios, marcas territoriales, canciones, decisiones políticas educativas y culturales que nos instruyan, nos recuerden y nos den cabal representación de nuestra historia y del valor de muchos hombres y mujeres que ayudaron a construirla.