Felicidad en doce cuotas fijas

Por GABRIELA CHAMORRO.

Es tiempo de descuento y por lo tanto fue imposible no sucumbir ante tantas tentaciones como ese tapado de corte A, color camel, igualito al que usó Audrey Hepburn en Desayuno en Tiffany’s.

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Es que se hace tan difícil caminar sin toparse con algún circuito de oulets, de esos que se multiplican a ritmo vertiginoso y de golpe están ahí, donde juro y re juro que nunca estuvieron antes. En ellos suculentas rebajas, cómoda financiación y calidad antes inalcanzable se conjuraron para atraerme a las vidrieras como imanes y pegarme a esas vitrinas adornadas con sillones de estilo y arañas barrocas con decenas de cristales.

Así, sin darme cuenta sumé ese foulard exquisito, la pahsmina con brillos, el trench azul que sé que voy a usar hasta el fin de mis días, los stilettos de terciopelo con plataforma escondida que necesitaba sí o sí para el cumpleaños sorpresa de mi prima Mónica, el vigésimo quinto jean clásico de esa marca que no tenía, el sueter de cachemere rosa pálido- porque siempre había soñado con tener uno de cachemere- y el pantalón de lana fría.

Las chicas, que heredaron mi admiración por la indumentaria y por encontrar piezas originales pero chic anexaron a su placard aros de diseño, calzas engomadas para la noche, una casaca divina de lurex color cobre, remeras baratísimas con estampa de animales y piedras bordadas, una maxipollera que me prometieron prestarme alguna vez, y un chaleco de piel solo permitido para sus talles “small” y una altura que supere los 1, 70.

Con el baúl lleno de bolsas y la felicidad instalada en la cara volvimos a casa convenciéndonos en el camino que habíamos hecho “pichincha” y que no podíamos perder esa oportunidad “única”. Pero tengo que ser sincera por la mañana, luego de la fiebre compulsiva de compras y ante la inexorable realidad de que “lo hecho, hecho está” terminé teniendo piedad de mi misma y convenciéndome de que ese ataque fashionista del día anterior bien quedaba equilibrado ante tanta disciplina y responsabilidad asumida durante todo el año.

¡Compremos sin culpa mujeres! Total como bien dice una propaganda de una tarjeta de crédito sentirnos diosas con ese vestido rojo cual Angelina Jolie – aunque no tengamos al lado a Brad Pitt- realmente no tiene precio.