
Por GABRIELA CHAMORRO.
O polleras y vestidos largos barriendo el piso o minis bien arriba de la rodilla mostrando las piernas. A pesar de que mi marido me insiste en comprar ese vestidito de medio largo, hermoso, con mucho estilo…no hay caso… yo no me veo.
Con los pies es lo mismo. O tengo que subirme a los 15 cm más plataformas de madera o me calzo las franciscanas y ando por el día ojoteando las calles.
Y en la casa no concibo la mesa a medio cubrir. O me peleo con toda la familia y los obligo a retirar llaves, billeteras, tazas con borras de café, souvenirs o restos de blíster de aspirinas y la exhibo vacía, lista para recibir las comidas solo a las horas indicadas o armo un centro de mesa de esos que se extienden hasta cubrirla casi por completo y arremeto así con la gallinita de acero inoxidable para los huevos – que le copié a mi amiga Gladys de Mar Chiquita- la canasta colmada con los te saborizados, los recipientes con azúcar rubia o azúcar blanca- según el gusto del que se sirva-, el bols con sacarinas y el jarrito con los ramilletes fucsias del rosal trepador de mi jardín y hasta a veces la frutera con variedad de colores.
Cuando me retan y me tachan de contradictoria trato de explicar científicamente mis caprichos asegurado a modo de defensa que: ”No tengo nada que hacer… soy una chica de extremos”.
Pero la verdad, es que fuera de las frivolidades y rutinas, un poco de introspección, con la ayuda de una terapia corta, de esas que van a lo concreto, de mano de mi querida Verónica (¿se puede hacer público el nombre de la locóloga?), me ayudaron a darme cuenta que no está del todo mal, porque a veces es bueno poner todo de uno en lo que se hace e ir bien a fondo, no quedarse con el resto…¿ me explico?
Eso me permitió hasta ahora amar con locura; entregarme hasta el infinito; decepcionarme hasta el horror, llorar desconsoladamente por un aplazo de mi hijo, como si se me hubiera muerto alguien y reír hasta el espasmo por una escena de una película, que cada vez que la vuelvo a ver, creo que me voy a descomponer de risa nuevamente, también me permitió encestar en el tacho de basura cual Ginobili y sin ningún tipo de remordimiento esa torta invertida de manzana que se me quemó un poquito y para mi intolerancia no quedó perfecta. Pero sobre todo estos extremos me permiten creer, creer en él, creer sin duda alguna y darle gracias siempre por todo lo hermoso que me toca que a veces siento tan inmerecido y así abandonarme cada día con serenidad a la seguridad de su existencia.